septiembre 27, 2018

Una de Cal


Cuantas veces no habré tenido la sensación de necesidad de contestarle a alguien en Twitter, esa misma cantidad de veces han sido las que me he aguantado las ganas, y he cerrado la aplicación.
Es la libertad de poder publicar nuestra opinión la que nos nubla la vista y nos hace creer que tenemos el derecho de darla, aun cuando nadie nos la ha pedido, y aun cuando ni siquiera estemos informados del tema en cuestión.
Precisamente es esa enfermedad de nuestro tiempo, la que invade mis pulgares a la hora de querer replicar algún comentario, y es mi esforzado criterio el que me obliga de vuelta a dejar escapar esa necesidad de discutir.
Al final, como puedo darle valor a un comentario de una persona que no conozco, que no tengo idea de las circunstancias que lo o la llevaron a dar esa opinión, y sentirme con la autoridad de replicar, de corregir, y de alzarme sobre los demás con la bandera de la verdad. En el mar de Twitter mi opinión vale tanto como la de cualquiera, por mas reputado periodista, celebre analista, o letrado amateur, pero también vale nada como la de ellos cuando alguien no esta de acuerdo. Es ahí donde se abre la segunda herida. Esta generación nos ha traído la piel delgada, el sentimiento de alusión.
Cualquier opinión alude a nuestro punto de vista al respecto, hiere nuestra sensibilidad, vulnera nuestra seguridad, nos arde a la vista, estamos en un punto álgido del gataflorismo que si el Papa sale a anunciar la Paz Mundial a los cuatro vientos, una parte del público reclamaría que quien le dio esa potestad, otra parte reclamaría que debió haberse vestido mas humilde para esa ocasión tan importante, otros reclamaran que sus líderes espirituales tenían más derecho de dar esa noticia, unos tantos se opondrán al nuevo estado de paz, y seguramente muchos otros discutirán sobre si la cámara usada para grabar el evento era la indicada.
La corrección política es el cáncer de la libertad de expresión, pero la libertad de expresión se ha perdido en un bucle infinito que difuminó sus límites, los corrompió, y se nos presenta como la oportunidad de decir lo que queramos, de exponernos a la crítica, pero también de agredir, de difamar, y de destruir.
Justo cuando estoy por terminar de escribir esto, releo mi texto cada dos por tres buscando si no se me habrá escapado una barrabasada, poniendo atención si uso lenguaje incluyente, si hago algún comentario parcial o discriminatorio. Todo parte de la educación como es obvio, y aunque suene mocho, de educar sobre valores, no únicamente con las personas que tenemos enfrente, si no con aquellas que en algún momento puedan sentirse ofen…… Se trata de ser responsables, de dar una opinión y asumir la responsabilidad de las consecuencias, pero también como público, tendré el criterio de respetar la opinión de alguien mas por más grotesca que ésta me parezca. Haciendo un ejercicio de respiración, de responder mentalmente con todas las groserías habidas e inventadas, y tras contar hasta diez, decidir si aun vale la pena contestarle a ese pendejo que dice que trae el nuevo iPhone…

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